El destino, que siempre fue un perfecto vándalo, quiso que los últimos trabajos en la historia de Berrogüetto sean la canción Astro de pedra, una preciosa metáfora sobre los faros, y la banda sonora para Inevitable, la película argentino-compostelana de Jorge Algora. La inevitabilidad del final es una característica inherente a todas las criaturas terrestres, y en este sentido Berrogüetto se comportó como un organismo vivísimo durante estos 18 años, un período nada desdeñable por mucho que, a quien de una u otra manera les quisimos, se nos antoje ahora corto. Tres lustros y pico durante los que fueron embajadores de un microcosmo propio y seguramente irrepetible, un diminuto Estado asambleario que, enraizado orgullosamente más allá del Padornelo y Pedrafita, alcanzó geografías y dimensiones como nuestros oídos nunca antes llegaron siquiera a imaginar. Un amigo docto en las ciencias de la psiquiatría me confirmó en cierta ocasión su recelo a las trayectorias vitales rectilíneas, tan semejantes en trazado al de un encefalograma plano, y su aprecio por aquellas ricas en picos y vales, en desvallares propios de los seres temperamentales y propensos a la vibración y al asombro.

Los gritos se cierran ahora y su historial con cinco conciertos únicos y, en todos los sentidos del término, definitivos. Y contarán para eso con todos cuantos en algún momento habitaron el Planeta Berrogüetto: el gaiteiro Fernando Pérez, el primer violinista de la banda Paco Juncal, las cantareras que participaron en la grabación de aquel seminal Navicularia, después integrantes de Anubía. Y, por supuesto, Guadi Galego, que asumió las responsabilidades vocales en tres de los cinco trabajos discográficos de la banda.

El faro berrogüettense, tras este periplo final, dejará de lucir tal y como lo conocemos.