Alfredo Vigo Trasancos (Ferrol, 1951) Catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Santiago y reconocido especialista en temas de historia de la arquitectura y del urbanismo, es autor de más de un centenar de publicaciones de tipo científico y divulgativo. Son muy conocidos sus estudios sobre la ciudad y arsenal de Ferrol en el siglo XVIII, sobre la catedral de Santiago en las épocas barroca y neoclásica, sobre A Coruña en el tiempo de las Luces o sobre la Torre de Hércules en el período de la Ilustración de la que es su más reputado experto. Su libro sobre la fachada del Obradoiro es todo un clásico dentro de la historiografía barroca. Es, a su vez, director de casi una decena de tesis doctorales, responsable de diferentes proyectos de investigación concedidos por el Ministerio de Educación y Ciencia y por la Xunta de Galicia, coordinador de un grupo de investigación universitario que integra a un numeroso equipo de investigadores. Ha ejercido asimismo la crítica artística, la crónica sobre ciudades, el comisariado en distintas exposiciones históricas. Ha participado también en la redacción de planes especiales urbanos y en proyectos de rehabilitación arquitectónica. No faltan en su trayectoria participaciones en doctorados de calidad, másteres y cursos de carácter universitario… Por todo ello y por sus investigaciones referidas a la valoración del patrimonio arquitectónico de la Ciudad Departamental ha recibido en 2011 la Insignia de Oro del Ayuntamiento de Ferrol.

A partir de 1670 se aprecia en el arte y en la arquitectura de Galicia una renovación sistemática que no fue fruto de una casualidad, sino de una clara intención histórica. Coincide este periodo con la eclosión de nuestro Barroco, con lo que se ha venido en llamar Barroco Compostelano, que tuvo una larga vida artística de casi un siglo pues alcanza en efecto hasta bien entrada la década de 1760. Tuvo además diferentes fases que se corresponden con los grupos generacionales que ordenaron su arquitectura en base a ideas, presupuestos y formas artísticas muy diferentes, unas veces carnosas, vegetales y exuberantes, otras delicadas y preciosistas con calidad casi orfebreril, en ocasiones abruptas, abstractas y contundentes y no pocas con la intención de recrear ciertos “desordenes” estructurales que más parecen “deconstruir” que construir, seguramente deseosas de recrear un mundo extraordinario y sobrenatural que iba en contra de las reglas clásicas utilizadas comúnmente y de la realidad estructural más racional y evidente. No debe olvidarse, por otra parte que es el siglo de Andrade, de Romay, de los Monteagudo, de Rodríguez, Casas, Sarela o Caaveiro y de un sinfín de maestros mayoritariamente gallegos que, además fue habitual que perteneciesen a órdenes religiosas como sucede con fray Tomás Alonso, fray Gabriel de Casas o fray Manuel de los Mártires entre otros muchos. Trabajaron casi siempre para la iglesia que fue, a no dudar, su mejor y más poderosa clientela; aunque no faltaron tampoco algunos laicos que encargaron obras importantes. Coincide además el Barroco con un momento de esplendor de la ciudad de Santiago, con un periodo de grandes realizaciones en el que Compostela se convirtió en un activísimo taller que exportó maestros y formas artísticas a todo el Reino de Galicia.